Primeros parques

Mireya Tabuas



Chicolandia
La niña rubia maneja un barco. Clic. A su lado un desconocido mira a la cámara. La foto no era para él, pero allí está protagonizando la toma el descarado. La niña rubia, indiferente, maneja el barco. Su barco. Su trasatlántico. Tiene un timón. Sonríe, dice la madre. El metiche hace caso –como si fuera con él- y nuevamente enseña los dientes. Ella no escucha, se deja llevar por el movimiento circular de la nave. Si baja su mano derecha siente el roce del agua. No te metas la mano en la boca que te enfermas, regaña la madre e insiste con el lente. Clic inútil. La niña no mira a la cámara, ni al carrito de cotufas, ni a los avioncitos, ni al tren, ni al carrusel, ni a la avenida Rómulo Gallegos, ni al tonto que está a su lado. Ella observa el horizonte. El descomunal océano.



El Conde
El mayor tobogán del planeta Tierra. Mucho más alto que las torres que levantan a su lado, que según dicen serán los rascacielos más altos de Caracas, de Latinoamérica (¿pero quién le cree a la gente? –La gente inventa, exagera-). Qué va, esas torres se quedarán enanas, en cambio, este tobogán es infinito. Allá abajo hay una madre asustada. Mírale la cara a esa madre de hace tres siglos, vestido de flores. Puro nervio es la madre. Acá arriba, relajada, valiente, hay una hija única y flaquísima, sobre un saco de tela, al borde del abismo. Salto mortal. Clic. El placer –el vértigo de la niña, la angustia de la madre- dura diez segundos. Si lo sabrá la hija: la felicidad es corta, pero absoluta.

Chacaíto
Ni Penélope Glamour ni el Espantomóvil ni el Súper Chatarra Special ni Piernodoyuna ni Patán. Allí está ella, verdadera maestra del volante. Mil kilómetros por hora en su automóvil rojo y crash, acaba con el carro verde, niña de lacito rosado llora, y no hay tiempo de lamentaciones de perdedoras porque crash, ella acaba con el autito azul, niño de gorra blanca la mira con rabia y no hay tiempo para disculpas porque crash, crash, crash, triple accidente automovilístico contra dos carros negros y el carro verde y otra vez niña del lazo que llora. Ella en cambio sonríe. Maluca. Es la reina de los carritos chocones. Le gusta la sangre. Pero no hay testimonio de su acto criminal. Torpe con el lente, la madre no puede cazarla en su velocidad. No hay clic.

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