Parque de Atracciones Suicidas Hnos. Chang

Ricardo Cie



Habiendo acordado los procesos, necesidades y costos del proyecto, los hermanos Chang autorizaron el inicio. La búsqueda de emplazamiento tomó bastante tiempo, hasta que se determinó que la Selva Chiapaneca era un lugar discreto donde establecer este peculiar parque de atracciones, además de la simpática relación conceptual del mismo con las supuestas prácticas mayas de sacrificios humanos. Voluntarios, además.

En definitiva el proyecto se excedió en presupuesto por los gastos sindicales que provocó el período de pruebas, donde perecieron dos centenas y algo más de obreros que fueron necesarios para probar las atracciones. Aprovechamos la ocasión para mencionar que la mayoría de los decesos fueron también voluntarios. Y en todos los casos se aprobó una partida en moneda nacional de consolación para los familiares, además de un paquete de entrada vitalicia al parque con acceso a todas las atracciones.

El desarrollo habría sido engorroso en el terreno de la ingeniería y el diseño industrial si no hubiéramos contado con la presencia de Jhonn Anthony, “el gringo”, ex-ingeniero de mantenimiento de Disney que pudo indicarnos dónde eran desechadas las maquinarias defectuosas del mencionado parque, maquinarias donde se habían producido fatales accidentes y que en Florida eran inmediatamente removidas del complejo turístico. Como es bien sabido, lo que es bueno para unos no necesariamente lo es para otros y viceversa, así que en nuestro caso los aparatos eliminados eran piezas de probada eficacia para el concepto de nuestro centro recreativo.

En las 75 hectáreas contempladas se desarrolló el parque por etapas. La fase de construcción de la primera etapa duró 643 días, que pudieron ser 642 de no haber recibido la visita de los dueños, excelentísimos señores Chang, que querían ver los avances para su muy esperada inauguración privada y probaron la atracción principal con la adorada madre de sus esposas (que son hermanas).

La atracción más imponente, el centro del parque, era la “Montaña China Kullun”. 2.7 kilómetros de rieles recorridos por vagones de 12 puestos a 112 kilómetros por hora, que en el clímax de su recorrido, una enorme subida de 300 metros, daba vuelta en 360 grados al tiempo que abría todos los cinturones de seguridad reglamentarios para dejar caer a los visitantes en un inmenso horno en forma de montaña que elevaba una llamarada descomunal que alcanzada los 1370 grados centígrados. 3 minutos 42 segundos eran suficientes para reducir el cargamento del vagón a cenizas que luego eran recogidas y lanzadas respetuosamente a las aguas del mar.

La ventaja que ofrecía la Montaña China Kullun para los visitantes, además del espectáculo (que particularmente en las noches era sobrecogedor) estribaba en que los vagones regresaban rápidamente y vacíos ya, con los cinturones abiertos, lo que permitía una rotación de visitantes muy alta y una efectividad de flujo de usuarios que rozaba la perfección.

La segunda atracción en importancia era “El Balancín”, menos impecable en su ejecución que la montaña, sin embargo tenía el atractivo “verité” de la experiencia que permitía un espectáculo para observadores de alto impacto y muy diferente al de la elegante erupción de la montaña china Kullun.

“El Balancín” era, de hecho, el típico barco que oscila como martillo invertido en cualquier parque hasta casi dar vuelta completa. Esta funcionamiento básico no se diferenciaba en absoluto del que hemos visto desde hace muchos años en este tipo de atracciones. La diferencia radicaba en el momento en que el barco ó vagón llegaba a la posición más alta e invertido por tercera vez. En ese momento, inmensos sistemas hidráulicos levantaban a un lado del aparato una plataforma de 68 toneladas de concreto armado que quedaba perfectamente alineada en la trayectoría de bajada del barco-vagón. El barco bajaba, como siempre, con la enorme fuerza de la inercia más el impulso adicional de un par de turbinas que se activaban en ese momento lanzando con violencia al aparato hacia el concreto, en un literal martillazo sincronizado con la apertura calculada de todos los cinturones de seguridad (reglamentarios también). Probablemente sobra esta explicación, pero la totalidad de los usuarios de la atracción eran disparados hacia el concreto con una márgen de salvación de 0.7 %. Los que milagrosamente superaran vivos el martillazo o quienes en un arranque animal de preservación se colgaban de los hierros y no se estrellaban tenían un pase gratis de inmediato a volver a subir al balancín o, si lo preferían, rematar su visita en la montaña china, cuyo margen de error era cero.

Sería excesivo continuar detallando las atracciones. Tal vez vale la pena destacar “El túnel del Terror”, idéntico al de otros parques pero en lugar de sistemas para asustar en su interior, lleva a 14 ex-trabajadores de mataderos, que sobre los vagones, eliminarán a todos los usuarios como vacas, según el procedimiento tradicional anterior a la mecanización de tan necesaria labor. O los típicos puestos de tiro al blanco, donde el ticket da derecho no a disparar sino a colocarse en el centro de la diana y recibir una generosa ración de proyectiles 7.65

A la inauguración real no fueron los Hermanos Chang, pero estuvieron involucrados en todos los detalles ya que llenaron el parque por medio de invitaciones anónimas pero irrechazables con los 240 asociados, proveedores y clientes que en diferentes momentos y de diferentes maneras se habían negado a pagar deudas pendientes al consorcio. Sólo segundos antes del clímax de las atracciones se les notificaba vía altoparlantes que ese último segundo de vértigo y emoción era un generoso obsequio del consorcio Chang.

Y sí, también se permitía eventualmente la entrada al parque a genuinos suicidas que de la más diversas y secretas maneras, lograban enterarse de la existencia del parque y rogaban por entrar “aunque sea una sola vez”.

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